
Desde la infancia me sentí
atraído por las culturas de oriente, considerándolas como un contrapeso al
régimen occidentalizado en el que estamos inscritos y acostumbrados a vivir,
que en ocasiones llegaba incluso a abrumarme por su monotonía. Para
reconfortarme, encontré refugio en lecturas sobre la corriente del Budismo
Mahayana desarrollado en China y Japón conocido como budismo Zen o simplemente
Zen, donde encontré una guía espiritual y convicción de que otra forma de
convivencia era posible al adquirir un nuevo modo de ver el mundo.
Cuando empecé a trabajar el grabado en madera, ya hace algunos años, la estampa japonesa Ukiyo-e me cautivó. Conforme profundicé en los procesos de producción gráfica, mi interés por la manera japonesa de plasmar las imágenes sobre el papel se incrementó hasta el punto de motivarme a hacer un viaje para conocer de cerca la tradición de Ukiyo-e.
El arribo a Japón fue entrar
en otro mundo, un mundo que buscaba, lleno de sorpresa y singularidades. Estaba,
ni mas ni menos, en la tierra de Hiroshige, Hokusai y Kuniyoshi, de los
antiguos samuráis de la época feudal, de las ceremonias de té y los jardines
zen. También de la bomba atómica y los horrores de la guerra, de la danza
butoh, e innumerables referencias de fuerte carga histórica conviviendo en el
mismo espacio y tiempo.
El contacto con la cultura
japonesa favoreció mi producción artística al proporcionarme un refrescante
impulso, circunstancia comprensible considerando que el proceso creativo es en
cierta medida la forma más inmediata que tengo para dialogar con el entorno y
confrontar las experiencias que en él acontecen. De tal suerte, las estancias
en Japón se convirtieron en un laboratorio creativo para la
retroalimentación, una exploración para
entender la conexión (si es que la hay) entre un país situado al otro lado del Océano Pacífico y yo
como individuo. E incluso este periodo creativo se extendió mas allá de la
estancia; al regresar a México continuó como una inercia en el flujo de la
exploración artística.
Circulo
Rojo se compone de piezas que oscilan
entre lo gráfico y lo pictórico, intervenciones con formas geométricas sobre
una serie de pergaminos montados sobre tela llamados kakejiku, que por lo
regular suelen ser reproducciones de poemas en caligrafía o de pinturas de uso
decorativo que se cuelgan al interior de
las casas japonesas (aunque en las casas que conocí nunca los vi). En uno de
los recorridos por la ciudad de Osaka me topé con los kakejiku en el mercado de
antigüedades del templo de Shitenoji; seleccioné los de temática paisajista
para yuxtaponer elementos geométricos dotando a los pergaminos de un nuevo
significado, a la vez de realizar un comentario sobre el apego al pensamiento
lógico al cual es propensa la mente a causa de las conceptualizaciones
constantes, representadas aquí por los cuerpos geométricos. Esto genera un
contraste con el fondo del paisaje con montañas, ríos, cascadas, follaje, etc.
La exaltación a la belleza y armonía intrínseca de la Naturaleza, empleándola
como metáfora al conocimiento adquirido por la intuición y el instinto. Basado
en el Sutra de la Perfecta Sabiduría (Prajñāpāramita Hidaya
Sutra), mejor conocido en occidente como Sutra del Corazón, construyo un
discurso gráfico sobre la experiencia de una apertura mental acompañada de un
nuevo modo de observación, adquirido por la vía de la intuición y el abandono a
los conceptos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario